VII
En el extraño sitio en que precisamente la perdición y el encuentro han ocurrido,
la hermosura de la vida es un hecho que no se puede ni se debe negar.
La hermosura de la vida,
por el milagro de vivir.
La hermosura de la vida,
que se da,
por el milagro de morir.
Fluye la vida, pasa y vuela, se retuerce en una interioridad inalcanzable.
En el aura de los seres que transitan, que se hace perceptible con un latido,
en el viento que vibra con el ir y venir de los seres,
en los decires, en los clamores, en los gritos, en el humo
–en las calles, con una luz en la paredes, unas veces, y otras veces, con una sombra.
En ese mirar las cosas, con que suelen mirar los animales;
en ese mirar del humano, con que el humano suele mirar el mirar del animal que mira las cosas.
En la hechura de la tela,
en el hierro que el hierro es hierro.
En la mesa,
en la casa.
En la orilla del río.
En la humedad del ambiente.
En el calor del verano, en el frio del invierno, en la luz de la primavera
–en un abrir y cerrar de ojos.
Rasgando en el horizonte o sepultándose en el abismo,
aparece y desaparece la verdadera vida.
(de Recorrer esta distancia)
Jaime Sáenz