KATHERINE MANSFIELD
Poder sentarse frente a la pequeña chimenea de leña con las manos cruzadas en el regazo y los ojos cerrados; imaginar que vuelves a ver sobre los párpados toda la belleza danzante del día; sentir la llama en la garganta como solía imaginar que sentía la mancha de amarillo cuando Bogey me colocaba las flores amarillas bajo la barbilla... cuando respirar es tal placer que da casi miedo hacerlo; como si una mariposa moviera las alas sobre tu pecho. Saborear aún la cálida luz del sol que se derrite en la boca, poder oler el aroma blanco y de cera esparcido sobre los campos de junquillo y el salvaje y fuerte del romero que crece en pequeños manojos entre las rocas rojas junto a la orilla del mar... Está saliendo la luna pero el día, reacio a concluir, se prolonga en el mar y en el cielo. El mar está salpicado del rosa de las cerezas poco maduras y en el cielo se ve una luz amarilla volando como las alas del canario. Los troncos de las palmeras son muy tenaces y sólidos. Las hojas verdes y rígidas que brotan de sus copas perecen cortar el aire del atardecer, y entre ellas, los eucaliptos azules, altos y esbeltos, con hojas en forma de hoz y ramas colgando, mitad azul, mitad violeta. La luna está justo sobre la montaña detrás de la aldea. Los perros lo saben; ya empiezan a aullar y a ladrar. Los pescadores se gritan y se silban mientras guardan las barcas, algunos chicos cantan en la orilla con voces medio rotas y se oye el ruido de niños llorando, niños pequeños de mejillas quemadas y arena entre los dedos de los pies a los que se está llevando a dormir...
Estoy cansada, felizmente cansada. ¿Crees que las margaritas se sienten felizmente cansadas cuando se cierran por la noche y el rocío desciende sobre ellas?
(Fragmento extraído del DIARIO)
Poder sentarse frente a la pequeña chimenea de leña con las manos cruzadas en el regazo y los ojos cerrados; imaginar que vuelves a ver sobre los párpados toda la belleza danzante del día; sentir la llama en la garganta como solía imaginar que sentía la mancha de amarillo cuando Bogey me colocaba las flores amarillas bajo la barbilla... cuando respirar es tal placer que da casi miedo hacerlo; como si una mariposa moviera las alas sobre tu pecho. Saborear aún la cálida luz del sol que se derrite en la boca, poder oler el aroma blanco y de cera esparcido sobre los campos de junquillo y el salvaje y fuerte del romero que crece en pequeños manojos entre las rocas rojas junto a la orilla del mar... Está saliendo la luna pero el día, reacio a concluir, se prolonga en el mar y en el cielo. El mar está salpicado del rosa de las cerezas poco maduras y en el cielo se ve una luz amarilla volando como las alas del canario. Los troncos de las palmeras son muy tenaces y sólidos. Las hojas verdes y rígidas que brotan de sus copas perecen cortar el aire del atardecer, y entre ellas, los eucaliptos azules, altos y esbeltos, con hojas en forma de hoz y ramas colgando, mitad azul, mitad violeta. La luna está justo sobre la montaña detrás de la aldea. Los perros lo saben; ya empiezan a aullar y a ladrar. Los pescadores se gritan y se silban mientras guardan las barcas, algunos chicos cantan en la orilla con voces medio rotas y se oye el ruido de niños llorando, niños pequeños de mejillas quemadas y arena entre los dedos de los pies a los que se está llevando a dormir...
Estoy cansada, felizmente cansada. ¿Crees que las margaritas se sienten felizmente cansadas cuando se cierran por la noche y el rocío desciende sobre ellas?
(Fragmento extraído del DIARIO)
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