domingo, 29 de octubre de 2017


UN PERISCOPIO INVERTIDO (o la memoria, una llave enterrada)
Subcomandante Marcos

“Cuentan que los más primeros dioses, los que nacieron el mundo, tenían muy mala memoria y rápido se olvidaban de lo que hacían o decían. Unos dicen que era porque los más grandes dioses no tenían por qué acordarse de nada, porque ellos ya eran desde cuando el tiempo no tenía tiempo, o sea que no hubo nada antes de ellos y si no hubo nada antes entonces no había de qué tener memoria. Quién sabe, pero el caso era que todo lo olvidaban. Este mal lo heredaron a todos los gobernantes que en el mundo son y han sido. Pero los dioses más grandes, los más primeros, supieron que la memoria era la llave del futuro y que había que cuidarla como se cuida la tierra, la casa y la historia. Así que, como antídoto para su amnesia, los más primeros dioses, los que nacieron el mundo, hicieron una copia de todo lo que habían hecho y de todo lo que sabían. Esa copia la escondieron bajo el suelo de modo que no se confundiera con lo que había sobre la superficie. Así que debajo del suelo del mundo hay otro mundo idéntico al de acá arriba, con una historia paralela a la de la superficie. El mundo primero está bajo la tierra.”
Le pregunté al Viejo Antonio si es que el mundo subterráneo era una copia idéntica a la del mundo que conocemos.
“Fue”, me respondió el Viejo Antonio, “ya no”. Y es que -explicó- el mundo de afuera se fue desordenando y desacomodando al paso del tiempo. “Cuando los más primeros dioses se fueron, nadie de los gobiernos se acordó de mirar abajo para ir arreglando lo que se iba desacomodando. Así que cada nueva generación de jefes pensó que el mundo que le tocaba así era de por sí y que no era posible otro mundo. Así que lo que está abajo de la tierra es igual a lo que está arriba, pero es en forma distinta”.
Dijo el Viejo Antonio que por eso es costumbre de los hombres y mujeres verdaderos el enterrar el ombligo del recién nacido. Lo hacen para que el nuevo ser humano eche un vistazo a la historia verdadera del mundo y sepa luchar para acomodarlo de nuevo como debe ser.
Así que allá abajo no sólo está el mundo, sino que está la posibilidad de un mundo mejor.
-¿Y estamos también los dos? -pregunta la mar somnolienta.
-Sí, y juntos -le respondo.
-No te creo -dice la mar, pero con discreción gira sobre su costado y se asoma por un huequito que una piedrita dejó en el suelo.
– Deveras -le insisto- si tuviéramos un periscopio podríamos asomamos.
-¿Un periscopio? -murmura.
-Sí -le digo- un periscopio, un periscopio invertido…



miércoles, 18 de octubre de 2017


Árboles 

Algunos árboles que ya no tengo

me regresan en sueños:

el sauce llorón de mi infancia,

la línea oscura de ligustros,

las casuarinas y su aullido,

un limonero escala al techo,

una higuera que vio a mi madre crecer

y al sol de la siesta me oyó

conversar con mi abuela,

pesadas hojas que oigo caer desde el gomero.

Son tan nítidos,

como si los tocase tras andar un atajo

que avergonzara al tiempo.

A veces creo que de ellos algo

creció en mí,

que soy la suma de mis árboles.

 

Roberto Malatesta, en La estrella roja

Los nísperos

El comercio no puede con los nísperos,

desde que son arrancados de la planta

hasta ser colocados en el mercado

se echan a perder. Los nísperos

frutos sin precio, reacios a las balanzas,

los he visto crecer en patios

con muros de rojos ladrillos

y verdes de un medicinal silencio

Plantar nísperos, observar su crecimiento,

probar sus frutos es un arte remoto

como vivir a orillas de un río

vivir un poco fuera del tiempo, o contemplar

las hojas a la hora de la puesta del sol.


Roberto Malatesta