lunes, 17 de diciembre de 2018


Nunca sabrás que tu alma viaja
Dulcemente refugiada en el fondo de mi corazón,
Y que nada, ni el tiempo ni la edad ni otros amores,
Impedirá que hayas existido.
Ahora la belleza del mundo toma tu rostro,
Se alimenta de tu dulzura y se engalana con tu claridad.
El lago pensativo al fondo del paisaje
Me vuelve a hablar de tu serenidad.

Los caminos que seguiste, hoy me señalan el mío,
Aunque jamás sabrás que te llevo conmigo
Como una lámpara de oro para alumbrarme el camino

Ni que tu voz aún traspasa mi alma.
Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;

Aún vives un poco porque yo te sobrevivo.

Marguerite Yourcenar
(8 de junio de 1903 - 17 de diciembre de 1987)

martes, 23 de octubre de 2018


NADA SUCEDE DOS VECES

Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.

En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.

No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.

Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.

Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?

Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.

Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.

Wislawa Szymborska

miércoles, 3 de octubre de 2018


Natilla perfumada

Mejor 
Que la leche pase,
Tibia, 
Por obra de tus manos,
desde la vaca
al cuenco
asentado en tu vientre.
Si es así,
sólo bastará espesarla
a fuerza de harina
o de fécula,
mareando la blancura
con una vara
de madera.
No olvides perfumarla
con naranja seca,
con limón,
con ramas de canela.
Y volverás a ser niño
cuando la comas
bajo la luna llena.

María Teresa Andruetto

martes, 2 de octubre de 2018


CANCIÓN PARA UN NIÑO BOLIVIANO QUE NUNCA VIO LA MAR

Pedro Lemebel

Y como te lo digo, y con qué humedad de letras te lo narro, chiquito llocalla, pelusita paceño que nunca estuvo frente al estruendo salado de la planicie oceánica. Como hacértelo ver niñita imilla en estas letras, si nunca fuiste testigo de esa música y sus olas crespas chasconeando el concierto de la bella mar. Como te lo cuento, niño boliviano, como alargo la palabra m-a-r, y que ahorita zumbe en tus oídos como mil abejas moluscas, como millones de susurros que salpican tu carita morocha con su aliento materno-mar-tierno-mari-maternal. Esta es una carta dirigida a tus ojitos oblícuos que de mil maneras intentan imaginar ese gran charco azul que, no es como te lo cuenta la profesora en el colegio comparando la parte mas extensa del Titicaca, esa zona donde el cielo se recuesta sobre las aguas verde musgo, donde no hay cerros y el horizonte desaparece en esa lama esmeralda que, de alguna manera, también semeja un ojo de mar. Tampoco es similar a esa caricatura Disney que te muestran en la escuela boliviana, con peces de colores saltando por todos lados, con bañistas y quitasoles eternamente en vacaciones de verano, con arenas doradas y olas turquesa en un exceso de pedagógica idealización. Cómo te lo explico chiquito llocalla, mejor te cuento mi experiencia de niño cuando por primera vez me encontré con el milagro marino. Vivía con mi familia en Santiago, y como niño pobre tuve la experiencia recién a los cinco años. En mi población se organizaban paseos a la playa por el día en enero o febrero, íbamos en micros que contrataba la Junta de Vecinos o el Club deportivo y cada familia se preparaba días antes para el acontecimiento. Recuerdo que la noche anterior los niños no dormíamos excitados por las expectativas del paseo. Mi madre en la cocina preparaba un pollo, hervía huevos duros, y zurcía los trajes de baño pasados de moda, desteñidos, con los elásticos sueltos por el uso familiar. Salíamos de madrugada en la micro vieja que siempre quedaba en pana en mitad del viaje. Y allí en la carretera, eran horas que debíamos esperar al chofer que solucionara el desperfecto. Casi al medio día, recién cruzábamos la cordillera de la costa, y entonces, antes de verlo, el mar nos llegaba en la brisa fresca y en ese olor a yodo que anunciaba la salada presencia. Y en un recodo, al doblar una curva, el dios de las aguas nos anegaba los ojos con su azulada inmensidad. Era tan fuerte la impresión, que no podía compararse con mil lagos, ni con mil ríos, ni siquiera con las cataratas de la inundación invernal. Hasta ese momento, nunca antes tuve la sagrada conmoción de esa inquieta eternidad, solamente la visión del cielo podía asemejarse a ese momento. Era como tener el cielo derramado a mis infantiles pies. Era como ver el cielo al revés, un cielo vivo, bramando, aullando ecos de bestias submarinas, un cielo líquido que se extendía como una sábana espumosa mas allá, infinitamente lejos hasta donde mis ojillos de niño pobre no podían llegar. El resto del día playero, transcurría como una película vertiginosa; todo era correr, jugar, hacer castillos que desmoronaba la marea , mojarse el poto en el agua como témpano, comer pollo masticando arena, quemarse como jaibas para demostrar que fuimos a la costa.

Todo era así, rápido como película de Chaplín, y luego, cansados de tanto güeviar., regresábamos en la misma micro escuchando los quejidos de insolación que emitían los curados dormidos a pleno sol. En realidad ese paseo de pobres, era una tortura, un día agitado de maratónica playa. Aún así pequeño niño boliviano, te puedo contar como conocí la gigante mar, y daría todo para que esta experiencia no te fuera ajena. Incluso, te regalo el metro marino que quizás me pertenece de esta larga culebra oceánica. Tanta costa para que unos pocos y ociosos ricos se abaniquen con la propiedad de las aguas. Por eso , al escuchar el verso neo patriótico de algunos chilenos me da vergüenza, sobre todo cuándo hablan del mar ganado por las armas. Sobre todo al oír la soberbia presidencial descalificando el sueño playero de un niño. Pero los presidentes pasan como las olas, y el dios de las aguas seguirá esperando en su eternidad tu mirada de llocalla triste para iluminarla un día con su relámpago azul.


martes, 25 de septiembre de 2018


Amantes 

una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío

Alejandra Pizarnik

Jack in the Pulpit no.IV, Georgia O'Keeffe


La noche en el arroyo 

Infinito, Noviembre, tiembla, tiembla en el agua

Escucháis la voz de la noche?
De qué es la voz de la noche?
Es de agua o es de flor?
Es de flor y de agua a la vez.

Hagamos un silencio como el de las orillas oscuras
para escuchar esta voz innumerable y tenue.

Seamos vagas orillas de silencio inclinado
o los oídos de la misma noche
abiertos a qué hálito de flor y de agua juntos

Juan L. Ortiz

jueves, 20 de septiembre de 2018


Árbol que recuerda

Siete mujeres se sentaron en círculo.

Desde muy lejos, desde su pueblo de Monostenango, Humberto Ak’abal les había traído unas hojas secas, recogidas al pie de un cedro.

Cada una de las mujeres quebró una hoja, suavemente, contra el oído. Y así se abrió la memoria del árbol:

Una sintió el viento soplándole la oreja.

Otra, la fronda que suavecito se hamacaba.

Otra, un batir de alas de pájaros.

Otra dijo que en su oreja llovía.

Otra escuchó algún bichito que corría.

Otra, un eco de voces.

Y otra, un lento rumor de pasos.


Eduardo Galeano, en Bocas del tiempo

El jardín secreto 

Ah, que la obstinación y la paciencia

nos alcancen y lleguemos al silencio,

al fondo de nosotros donde se abre

el jardín secreto.

Diana Bellesi



En el lugar donde uno pone el pie
queda la huella,
la tierra guarda esa memoria.

El cuerpo viaja,
el recuerdo se queda.
Uno se despide
y no se va.

La vida
es el recuerdo de la muerte,
y la muerte
el recuerdo de la vida.


Humberto Ak’Abal, en Kamoyoyi

El ojo 

El ojo tiembla,

sabe del rastrojo
donde aguarda, viviente, la semilla
y sabe de la orilla

del mar, que maravillas
lejanas avecina.
Conoce

la levedad del aire
que solaza,
y la traza severa del acero

que arrasa. Entre las ramas una rama
brilla -azulinoamarilla-
que promete esplendor.

No consumada,
bajo la tierra aguarda en grano una granada
que aspira al sol.

¡Cuánta peripecia ignorada,
joyante o soterrada
irrumpe de la espuma

del instante!

Hugo Padeletti


jueves, 13 de septiembre de 2018


Maldije la lluvia que azotaba el techo
y no me dejaba dormir.
Y al viento maldije que vino a robarme
galas del jardín.
Pero tú llegaste y alabé la lluvia
cuando te quitaste
la empapada túnica,
y al viento di gracias
porque con su soplo
apagó la lámpara

Poema chino anónimo

jueves, 6 de septiembre de 2018


Ahora que viene el tiempo de los pájaros 

              Estación abierta, retorno. 
               En la vida no hay retorno. 
                 C.P. 30 de marzo de 1948. 
                                             Diario. 

Ahora que viene el tiempo de los pájaros 
y de los brotes en las ramas y la blancura  
   del almendro, 

ahora que salgo al aire por las tardes 
y riego plantas y veo cómo la tierra bebe 
   el agua, 

ahora que se agitan las polleras  
   al murmullo de la brisa, 

ahora que los niños conquistan el baldío 
   y construyen refugios y saltan vallas, 

ahora que en el barrio las mujeres se sientan 
   a la sombra de los fresnos y toman mate 
   y hablan, 

yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia 
   tu casa. 

           Primavera de 1992. 
          In memoriam Clara Crimberg 

María Teresa Andruetto

Quién me quita lo bailado

Pido peras al olmo. Las saboreo:
son deliciosas.
He pedido gato por liebre;
me lo han dado.
Me han contado historias libidinosas
a medianoche;
gozaba, con cada palabra,
con cada gesto.
He amado la noche
cuando amanecía, 
amé la muerte, y
soñé
con la realidad.

Irene Gruss

Durito y una de llaves y puertas

Dice Durito que todos los políticos (“que conste que no estoy diciendo que sean malos o buenos”, aclara Durito) predican que la historia no es más que la búsqueda de una habitación donde estar contentos. Los enemigos (“que quede claro que no digo que sean malos o buenos”, vuelve a interrumpir Durito) están encerrados en esa habitación y no dejan entrar a los demás. El objetivo de la historia es entrar a esa habitación, desalojar a los que están ahí y ocupar su lugar. El político llama entonces a luchar por la posesión de la llave de la puerta.
Pero, dice Durito, la lucha política no es ya por entrar a esa habitación, sino sólo por la llave de la puerta, es decir, por quitar la llave a quienes la tienen y ocupar su lugar de porteros. “Se ha avanzado mucho en la democracia”, dice Durito que dicen los políticos, “ahora ya se puede cambiar de portero”. Tener el Poder es tener la llave de la puerta de la historia, no importa que los dueños de la habitación sean siempre los mismos.
Dice Durito que los zapatistas son el hazmerreír de todos los políticos modernos, sean de izquierda o de derecha. Dice Durito que es porque los zapatistas cargan a sus espaldas una pesada llave para la que no hay puerta, ni cerradura, ni habitación.
“Miren a esos tontos”, dice Durito que dicen los políticos modernos, “esa llave, además de que es muy pesada, no sirve para abrir la puerta del Poder y entrar a la culminación de los tiempos”. Dice Durito que los zapatistas sólo sonríen y siguen caminando con la pesada llave en sus espaldas y que no se apenan porque no hay puerta ni cerradura que se abra con la llave que cargan.
Dice Durito que, ocupados todos en reírse de ellos, nadie repara que la llave que cargan los zapatistas se parece demasiado a un mazo, de ésos que sirven para derribar puertas y paredes. Dice Durito que, mientras los políticos se aglomeran y pelean por la llave frente a la puerta del Poder, los zapatistas pasan de largo, se paran frente a una de las paredes del laberinto que, además, no tiene nada que ver con la habitación del poder y, con un plumín negro, marcan una “X”.

“Los zapatistas marcan así una incógnita, pero también el punto donde hay que golpear para resolverla. Porque los zapatistas no quieren entrar a la habitación del poder, desalojar a los que están ahí y ocupar su lugar, sino romper las paredes del laberinto de la historia, salir de él y, con todos, hacer otro mundo sin habitaciones reservadas ni exclusivas y sin, ergo, puertas y llaves”, dice Durito mientras me pregunta dónde diablos dejé el plumín negro con el que me da clases de teoría política.



Tres definiciones para días tan aciagos

A La Sociedad Civil Nacional e Internacional, donde quiera que se encuentre:
Disculpad, señora Sociedad Civil, que os distraiga de vuestras múltiples ocupaciones y reiteradas angustias. Sólo os escribo para deciros que aquí estamos, que seguimos siendo nosotros, que la resistencia es todavía nuestra bandera y que todavía creemos en usted. Pase lo que pase, seguiremos creyendo. Porque la esperanza, señora de rostro difuso y nombre gigante, es ya en nosotros una adicción.
Vuesa excelencia sabrá ya que el horizonte se encapota de un gris que va para negro con la misma celeridad que marcha la venta de nuestra historia. Sin embargo, sabed que la libertad sigue estando ahí adelante, que sigue siendo necesario luchar y que la historia todavía espera quien le complete las planas. Así las cosas, y temiendo que no os veamos de nuevo, aceptad estas tres definiciones que vienen muy a pelo para días tan aciagos como los que nos esperan:
Libertad. Dice Durito que la libertad es como la mañana. Hay quienes esperan dormidos a que llegue, pero hay quienes desvelan y caminan la noche para alcanzarla. Yo digo que los zapatistas somos los adictos al insomnio que la historia desespera.
Lucha. Decía el Viejo Antonio que la lucha es como un círculo. Se puede empezar en cualquier punto, pero nunca termina.
Historia. La historia no es más que garabatos que escriben los hombres y mujeres en el suelo del tiempo. El Poder escribe su garabato, lo alaba como escritura sublime y lo adora como verdad única. El mediocre se limita a leer los garabatos. El luchador se la pasa emborronando cuartillas. Los excluidos no saben escribir… todavía.
Aceptad, señora, estas tres flores. Las otras cuatro llegarán luego… si es que llegan.
Vale. Salud y recordad que la sabiduría consiste en el arte de descubrir, por detrás del dolor, la esperanza.

Imagen de Espacio Abierto,organización comunitaria




…Conoció también a un famoso concertino,ahora llamado el Rengo,debido a que una granada,a la salida del Colón,le trituró una rótula. Como todos los demás,no tenía violín;pero como era tucumano y criado entre naranjales,había logrado sacarle sonidos a una hojita de naranjo convenientemente doblada,con la que imitaba bastante bien el violín. Aunque expulsado del radio urbano de Buenos Aires por haber intentado organizar un sindicato de violinistas rengos,se disfrazaba de mendigo (de lo que era finalmente) y se paraba por las tardes en distintas esquinas de la calle Corrientes a tocar con su hoja…

Fragmento de "El trino del diablo", Daniel Moyano



lunes, 18 de junio de 2018


El pueblo se llamaba…Chato y polvoriento, recostado frente al mar, era una cinta de arena y piedra oscura.
Sus habitantes echaron a rodar esa mañana de primavera como una moneda más, sin notar en ella nada diferente.
Al mediodía, la gente se arremolinó en el mercado del puerto, como tantas otras veces.
Aquello sucedió por la tarde. El silbato de un tren pasando a lo lejos fue el sonido que señaló el principio. Justo en ese momento, los pescadores quedaron con las bocas abiertas, mientras cantaban recogiendo sus redes. Y de sus bocas ya no salió ninguna palabra. Lo mismo les sucedió a los vendedores del mercado…
A las mujeres en sus cocinas…
A los viejos en sus sillas…
A los estudiantes en sus aulas…
A los más chicos en sus juegos…
Por más que intentaron, ninguno pudo decir ni siquiera una sílaba. Las caras se esforzaron, sorprendidas, una y otra vez. Fue inútil.
El silencio fue un poncho abierto oscureciendo al pueblo ¿qué pasaba?
De pronto, vieron cómo cinco, diez, cuarenta, cien, dos mil palabras saltaban al aire desde sus bocas silenciosas, tomando extrañas formas. Y tras ellas fueron, amontonándose en desordenada carrera, sin saber adónde los llevaría ese rumbo sur que señalaban.
Hubo quienes siguieron a la palabra “mar”, maravillados por esas tres letras verdes ondulando en la tarde…
Otros prefirieron marchar tras la palabra “sol”, partida en gajo de una enorme naranja…
Algunos se decidieron por la palabra “caracol”… o “viento”… o “telar”… o “mariposa”… o “cebolla”… o “vino”…o…
Pero la que congregó la mayor cantidad de caminantes fue la palabra “PAZ”. Ésa sí que deslumbraba, con una amplia zeta abierta como la cola de un pavo real…
No les fue posible seguir cada una en especial. Las palabras eran tantas, tantas, que muchísimas debieron volar en soledad, chocando entre sí en su afán de llegar primero a… ¿adónde?
Pronto lo supieron. La gente detuvo sus pasos ante una casa grande, mirando con sorpresa cómo por la chimenea, por las ventanas, por puertas y cerraduras, todas las palabras se precipitaban convertidas en una fantástica lluvia de letras.
Llovió durante un largo rato.
Entonces entendieron lo que había sucedido y un temblor los unió. Ésa era la casa de Pablo, el poeta, el hermano del amor y la madera, amigo de paraguas y copihues, caminador de muelles y de inviernos, timonel del velero de los pobres, voz de los tristes, de piedras y olvidados…
Ésa era la casa de Pablo, que acababa de morir…
Las palabras habían perdido su ángel guardián, su domador, su padre, su sembrador…
Ellas lo sabían… Por eso habían sentido su adiós antes que nadie y habían disparado en cortejo, para besar esa boca que ya no volvería a cantarlas…
La noche no se animaba aún a desarrollarse cuando dejó de llover. En ese instante, una niña desconocida salió de la casa de Pablo.
Su vestido blanco fue un punto de azúcar luminoso en la oscuridad. Su pelo en llamas se abrió en antorchas alrededor de su cabeza.
Entonces gritó “¡vida!” y la gente de aquel pueblo que se llamaba… atajó la palabra en movimiento y gritó “¡vida!”.
Entonces gritó “¡Tierra!” y un aullido coreado por todos rajó la noche: “¡Tierra!” Y gritó “¡aire!”… y “¡agua!”… y “¡fuego!”… a la par que de sus manos salían todas las palabras de Pablo, mágicas uvas que repartió entre los que estaban agazapados en torno a ella.
Y esas uvas se unieron nuevamente en ramos verdes…
Y los versos de Pablo se repitieron una y otra vez…
Y se siguieron cantando una y otra vez…
Y retumbaron como tambores en escuelas y carpinterías, en bosques y mediodías, en trenes y bocacalles, en ruinas y naufragios, en eclipses y sueños, en alegrías y cenizas, en olas y guitarras, en ahoras y mañanas… una y otra vez… una y otra vez… una y otra vez… una y otra vez…

Elsa Bornemann




Mientras amanece

Los ronroneos de los gatos
la lluvia que cae del cielo
el pan del amanecer
y las alas del picaflor
que no se ven

Delfina Goldaracena


domingo, 17 de junio de 2018



LA LUZ INFINITA

¡Mirá Elda! exclamó mi padre abriendo
el hueco de sus manos donde yacía
un milagro de plumas verdiazules
quieto y reverberando bajo el sol
del verano, mi madre lo tomó
como a un pequeño hijo delicado
y mojando sus dedos dejó caer
unas gomitas de agua sobre el pico
mientras le acariciaba dulcemente
la cabeza y le decía despertate
al colibrí parado ahí en sus dos
patas alzando el vuelo ante los ojos
de María y José, que iluminados,
no pensaron en la resurrección
y me contaron una y otra vez
que el agua lo salvó de su desmayo

Diana Bellessi



Todo se está tensando sobre su eje,
el denso mundo tira en direcciones imprevistas.
Los retoños de los árboles se cimbran con el viento,
sacuden las raíces,
y luego vuelven a agacharse.
Los racimos de bayas y los limones cuelgan
firmes y jóvenes, y aprenden 
a convertirse en una carga, manchados por el agua
que hace que también
aprendan a cargar
la extrañeza de hallarse suspendidos,
de llevar algo más que sus pequeños cuerpos 
en el aire.
Todo se extiende, todo
soporta un peso. Los tallos de los tomates
sucumben ante el aspersor,
derribados por lo que los mantiene vivos.
Tu propia espalda, que no podés ver,
como el árbol no ve sus propias raíces,
se cansa de la gravedad,
la misma que tolera los tendones
y deja que se asienten en la silla,
la segunda columna vertebral que le enseña sus fines.
Todo desea, todo se coloca 
en posición de recibir.
En el jardín, se forman las hormigas
en el borde de un plato hondo, para beber
son bien visibles, pero tan pequeñas que nunca nos ponemos 
a buscarlas, y menos imaginar que puedan tener sed;
y todavía menos que puedan saciarse.
Nada se sacia. Todo espera,
algunas cosas más pacientemente 
que otras. En la calle, por ejemplo,
en el puesto de frutas que está abierto hasta tarde
los melones están llenos como lunas,
las uvas resplandecen, las naranjas
como si las hubieran detenido en su órbita,
siguen muy vivas, con los foquitos 
que las alumbran desde atrás,
mientras la oscuridad se cierne afuera.
Ellas tienen sus hábitos.
No son como las flores, que se cierran con el sol;
se aferran cada una a su color como si contuvieran el aliento.
Todas las cosas temen. Todo elige
guarda, excluye, se aleja 
del centro derretido.

Robin Myers


Misión

Hay sedimentos de sequía
en el fondo del cauce.

En el pasto su propio secar
y brotar. Reposo,
novilunio.

Me llego hasta las ramas abiertas
porque tiemblo y vacilo.
Las ramas tienen su actitud cada una.

Los álamos obstinan
la misión de lo magro.

Goza en los trigos
el barbecho
su maternidad sombría.

Sube y me reconforta
–proyección de la savia–
algo que viene de antes de la tierra

y vuelvo de los campos
tenso
de gestaciones.

Reverdezco así tras de la entrega,
de la higuera repito el milagro
y, diciendo,
me cumplo.

Hugo Padeletti

Un pájaro se puede detener
en la punta de un árbol y abarcar
la inmensidad del cielo. Yo también,
sentado frente al muro,

me detengo en la punta
del álamo y contemplo
la inmensidad. La surcan pensamientos

involuntarios. ¡Cuántas nubes
fugaces, cuántas aves,
sucesivas!

Y las dejo pasar... y son tragadas
por este espacio inmenso
que soy yo:

sereno, transparente, luminoso
¿quién soy
Yo?

Hugo Padeletti


miércoles, 13 de junio de 2018


VIEJOS NIÑOS MAESTROS

A las dos de la mañana baja la marea
y salgo a despejar el barro del camino a casa
con la pequeña escoba gastada bajo nubes
espesas y hay ese silencio que sobreviene
siempre después de la amenaza de un día inquieto
por el sudeste y las aguas que hacen agachar
la cabeza y más tarde el alivio alegre a la luz
del otro día en la conversa parca de vecinos
que dice mire qué alta ha sido ésta y cuanto barro
nos ha dejado y muy contentos con el peligro ido
ya protestamos así escoba y pala al hombro
pero la sonrisa amplia
del que respira tranquilo como yo a las dos
de la mañana hablando con las plantas desmayadas
dulcemente ya pasó les digo acomodándolas
y madre al fin prometo lavarlas para que el sol
no las hiera siendo así por un momento
niña y vieja igualita a estos dos que me acompañan
en la senda de las islas ni que fueran China
misma revelada los maestros Chuang y Lao
embarrándose las patas mientras juegan meta
risa salpicados por el agua de un color
café dorado cuando las nubes se apartan
y un rayo de luna ilumina todo haciendo
que ladre como un perro

Diana Bellessi

Buscamos 
cada noche
con esfuerzo
entre tierras pesadas y asfixiantes
ese liviano pájaro de luz
que arde y se nos escapa
en un gemido.

Idea Vilariño

domingo, 10 de junio de 2018


Con una flor, con una
manzana solariega,
con un cogollo y una
granada de rocío, 
puedo cortar de cuajo
la oscuridad del lobo
y el odio y la amarilla
vejez de los colmillos.

Esta es la lucha, es esta
la suerte de los siglos:
de un lado el jardinero,
del otro el asesino.

El hierro será el hierro.

Pero el lirio es el lirio.

Armando Tejada Gómez


miércoles, 30 de mayo de 2018


El destete

Con qué paciencia
la madre envuelve su magro seno con lana de oveja
negra. Y el seno ya no es más
el sitio de la ternura.

Agotada la dulce leche, la madre hace el ancestral rito
del destete:
el niño viene y encuentra
el animal de lana negra en el pecho amado
donde sólo el viejo pezón nutricio
asoma todavía como una provocadora
trampa.

El niño huye escarmentado
y ahíto
de su primer gran miedo.

Su amor renacerá de ese miedo. Y ella
será la madre
que le temblará siempre en la boca.

José Watanabe

Fotografía de Tina Modotti





Soñándote a ti mismo serás tu sueño. 
Suéñate, pero despierto. 
Luego olvida los pensamientos: 
tu acción se transformará en la no acción. 

El zorro no premedita, acecha,  
y salta sobre la presa en el momento oportuno. 
De modo que si pretendes ganar nunca elijas 
porque el saber habla de ti o no habla 
sin que haya vacilación. 

esto lo aprendí en mis estrujamientos,  
un cavilar nocturno escribir fino, lixiviar ceniza,  
quemarme los ojos en vista de todo.

 Acércate a la mesa como idiota,  
como si estuvieras ajeno a todo 
y coloca la apuesta donde tu corazón diga ¡Ah! 

Pero mejor olvídate,  
apártate de estas palabras. 
El fuego de lo desconocido se alimenta con mariposas. 

Jorge Leónidas Escudero





Si encuentras a la que fue mi infancia

Le pones violetas en el pelo,

tréboles en los ojos,

una uva en la boca

y almendras en el corazón.

Ella comprenderá.

Edith Vera

Fotografía de Tina Modotti

sábado, 26 de mayo de 2018


  ETERNA SOMBRA

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha.
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

Miguel Hernández