lunes, 20 de septiembre de 2021

Poema de Edith Vera


 Índice de mediodía:

Cielo color melón.

Una gallina

que exagera el milagro cotidiano.

Pájaros que retornan al olvido.

Mesa tendida alrededor del pan que cruje

porque en su cuerpo el sol ha hecho nido.

Un limón maduro,

el barro muy seco,

un niño que ríe

y un libro en silencio.

Cal.

Cristal.

La risa.

La yema del huevo.

¡Eso es mediodía!


Edith Vera




jueves, 9 de septiembre de 2021

El gozante de Manuel J. Castilla

 El gozante


A Ricardo E. Molinari


Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.

El que bajo las nubes se queda silencioso.

Pienso: si alguno me tocara las manos

se iría enloquecido de eternidad,

húmedo de astros lilas, relucientes.

Estoy solo de espaldas transformándome.

En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña

y miro por los ojos de las alas de las mariposas

un ocaso vinoso y transparente.

En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.

De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego llorando                              

[con rocío.

Sé que en este momento, dentro mío,

nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.

Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.

A veces un lapacho me corona con flores blancas

y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.

Miro los cachos del banano,

veo arañar sus dulces dedos de oro

y en las sandías

los genitales verdes del verano llenan mi corazón de poblaciones.

Siento que estoy tapado por luciérnagas

y que en mi pelo crece la niñez del relámpago.

Lo que pisa mi piel igual que arena lo traga para siempre.

La sombra de los pájaros es como un agua negra que acaricia mi nuca,

una hormiga me deja su ají breve en la boca

y me voy a los tumbos en la noche

por el agujereado camino de los sapos.

¿Quién me arrima la paz de la tortuga?

¿Quién desempoza el tiempo de su cáscara?

Soy el que por la piedra lechosa del quirquincho

bebe en miel las abejas

como el rocío maduro de la música.

¿Adónde irán mis ojos llenos de hojas?

¿Por dónde en ellos vagará el cielo yéndose?

Me mira Dios y sé que aquí, yaciendo,

lo estoy haciendo despaciosamente.

De cara al infinito

siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.

Si se me antoja, digo, si esperase un momento,

puedo dejar que encima de mis ingles

amamante la luna sus colmillos pequeños.

Miren mis ojos cuando yo estoy pensando a ver si es que les

[miento.

Zorros la cola como cortaderas, gualacates rocosos,

corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,

garzas meditabundas,

yararás despielándose,

acatancas rodando la bosta de su mundo,

todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste nada y mi alegría.

Después, si ya estoy muerto,

échenme arena y agua. Así regreso.


Junio,1970


jueves, 2 de septiembre de 2021

Poema de Pavese/Kodak por MaríaTeresa Andruetto

 Ahora que viene el tiempo de los pájaros 

y de los brotes en las ramas y la blancura

del almendro,

ahora que salgo al aire por las tardes

y riego plantas y veo cómo la tierra bebe 

el agua,

ahora que se agitan las polleras 

al murmullo de la brisa,

ahora que los niños conquistan el baldío 

y construyen refugios y saltan vallas,

ahora que en el barrio las mujeres se sientan 

a la sombra de los fresnos y toman mate

y hablan,

yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia 

tu casa.

La poesía por Liliana Bodoc

 La poesía 

   La poesía es un modo de la desobediencia. Llega si quiere, pero nunca tarde. Se coloca su máscara inaudita, se calza sus altos, merecidos zapatos. Y ya no se parece a nadie.

   La poesía tiene una voz de arena y otra de piedra, tiene una voz de escándalo de plaza y una voz de secretos junto al fuego. Y en el canto las mezcla, diciendo y desdiciendo, con hebras negras y con hebras blancas. Hace en un verso y en el otro deshace; afirma y niega con las mismas palabras.

   Porque su obligación no es la verdad. No es la admonición ni la plegaria... La poesía no tiene otro deber que ser un atentado contra el miedo, ni más obligación que estremecernos como el último acorde que suena en el final gastado de una noche.

   Ir contra la quietud..., hostigar el equilibrio del estanque buscando que todo se transforme en río. Navegar es el primer asunto del poeta. Y nosotros, parados en la orilla, queremos construirnos una balsa, soltar amarras y desobedecer de cara al horizonte. 

   Porque también vivir, porque también morir deben ser modos de la desobediencia.

La húmeda orilla (1946) de Fernando Birri

 La húmeda orilla (1946)

Son otros golpes y otros ritmos los que atraviesan tus

 arterias de húmedas arenas.

Son el ritmo y el golpe del combate de la sangre del 

 hombre y del agua en el río.

Es el urgido paso de los crepúsculos del sol para llegar

 a la tierra

y las miríadas de gritos que el universo deja atrás en

 sus giros.

Es el nuevo ímpetu y el nuevo ritmo

golpeándome.

Es mi nuevo grito que canto de pie frente a tus costas

mientras tú, húmedo hermano río perpetuo,

me saludas con tus tres brazos abiertos.